¿Y ahora?

Una vez me dijeron “nadie tiene el derecho de ser infeliz”. Creo firmemente que la persona que me dijo eso, tenía razón.

La tristeza, la frustración, la aparente falta de una salida, engendrada en una elección infeliz en un determinado momento de tu vida, no puede obligarte a sostener la posibilidad de un final melancólico en la historia que estás escribiendo y que, para peor, hace con que arrastres en ese cotidiano depresivo y sinsabor, a personas que amas y que te aman.

En otras circunstancias, está el que se ve en la situación en que el tipo de negocio, la crisis económica, su función en la empresa o el paso del tiempo –edad, condición física, jubilación, etc.- le impone un regateo: o el ocio o el cambio.

Nada contra el ocio pero…

¿Y si pensaras en cambiar lo que estás haciendo? ¿Qué capacidad productiva te atribuyes? ¿Aún te atrae el riesgo? ¿Cómo puedes usar la experiencia que tienes? ¿Qué grado de satisfacción te imaginas que puedes obtener transmitiendo el conocimiento adquirido?

Creo conocer la respuesta, cuanto por más no sea, porque si me estás leyendo todavía, es porque cambiar te parece una buena alternativa. En eso estoy contigo: cambiar es una buena alternativa casi siempre. Por lo menos, para no morir antes de tiempo.

Entonces, vamos a pensar en el proceso del cambio.

Para cambiar, es necesario tener un motivo, es necesario soñar.

Tengas la edad cronológica que tengas. Soñar es lo que nos mantiene vivos y correr en pos de la concreción de esos sueños es lo que nos hace poderosos y llenos de energía.

Pero, ¿quién puede cambiar?

Respuesta rápida: Cualquiera, en cualquier tiempo, a cualquier edad.

¿Tienes una buena idea? ¿Tienes un proyecto que aún no lo has realizado? ¿Te conmueve pensarlo realizado? ¿Te fascina la posibilidad?

¿Qué puede ocurrir si lo haces? ¿Qué puede ocurrir si no lo haces?

¿Cuál es tu decisión? ¿Quieres verlo realizado? ¿Cuándo?

¿Por dónde quieres comenzar?

¡Vamos, que te ayudo!