¿Qué me corresponde en la vida?
Estamos en un mundo cuya cultura privilegia el Tener por encima del Ser, entendiendo éste como nuestra identidad, lo cual conlleva unos costos individuales y sociales muy altos, pues al final de ése camino sólo queda un vacío en el alma, que se intenta solventar con la adquisición de cosas materiales pero éstas no lo podrán llenar, ya que nunca se tiene suficiente de lo que realmente no se necesita. ..
En ese mismo orden de ideas, enfoquemos nuestra atención sobre las causas reales relacionadas con las carencias emocionales o afectivas por las cuales se gasta de más, para que esa necesidad de reconocimiento, aceptación o de status cese, liberándonos para escuchar el sonido de nuestra propia voz. Por lo tanto las preguntas que plantearíamos desde la dimensión del Ser para mejorar nuestro propio proceso evolutivo son: ¿A qué vine? ¿Cuál es mi misión en la vida? ¿Cuál es mi lugar? ¿Cuál es ese hilo que estoy tejiendo diariamente que al final determinará la calidad del tapiz de mi vida? pues es resolviendo estos interrogantes desde el alma y no desde la mente, ya que esta es la resultante de condicionamientos enmarcados en creencias, principios y valores impuestos (es decir no propios), que podremos ver lo nuestro, lo que verdaderamente llaman la vocación, concebida como lo que se logra con el talento natural, que no depende del conocimiento racional para entenderlo y disfrutarlo. Es sólo desde ese lugar que me corresponde, donde la creatividad y la pasión son infinitas, donde la generación de valor se vuelve natural. Una vez se comprende la vocación se inicia la acción, es decir, nos adentramos en la condición de la existencia enmarcada en el Hacer donde se fijan las metas, objetivos y se cumple con un propósito de vida. En esta dimensión se debe disfrutar el viaje, la calidad en el proceso y no el resultado. Pues una mente fundamentada únicamente en metas y objetivos planteados como punto de llegada hacen que el individuo se vuelva lineal y pase por encima del que sea con tal de alcanzar sus propósitos, al no reconocer los costos implícitos del logro obligado. Mientras que una mente que se mueve con metas y objetivos ya no como punto de llegada sino como punto de partida, habilita recursos internos que aumentan la capacidad de navegar disfrutando el viaje y recogiendo lo verdaderamente trascendente que la vida nos regala de manera gratuita en el día a día, manifestada algunas veces en cosas tan simples como contemplar un bello atardecer, ver el negocio, casa, viaje, carro, trabajo, amigo, pareja, familia de la vida, entre otros. La resultante entre el Ser y el Hacer es la dimensión del Tener que significa la capacidad de poseer algo, disfrutar legítimamente de una propiedad y de administrar responsablemente los recursos. Esta dimensión es gratificante cuando se ha mantenido la coherencia entre el ser y el hacer, pues los frutos más importantes no son los buscados de manera forzada, sino por el contrario son los que llegan de manera natural y espontánea. Cuando nos movemos desde el querer y no desde lo que nos corresponde, sucede lo que la vida con su sentido del humor negro nos enseña y que nosotros nos negamos a aprender: el que busca encuentra, cualquier persona puede lograr lo que se proponga pero (y esta es la partecita que nunca nos dijeron) después no se queje. El sano equilibrio entre las tres dimensiones de la existencia contempladas entre el Ser, Hacer y el Tener es fundamental para garantizar el bienestar individual y el desarrollo sostenible de una sociedad, donde el dinero cumple una función de permeabilizador del proceso, dándole viabilidad al proyecto de vida.