El perdón: elevar nuestras anclas para surcar otros mares

Que rico es servirnos más de nuestra comida favorita, como decimos los peruanos, que nos den “una yapita”. Lo raro está cuando se nos da por repetir aquello que no nos gustó para nada. ¿Suena loco verdad?, pero es cierto.
Esta acción, en el plano emocional, se llama “resentir”. Es cuando traemos a la mente una y otra vez un hecho desagradable del pasado; y siguiendo el símil de la comida, repetimos continuamente un plato repugnante. A veces, terminamos empachados y vomitamos encima de otros, contaminándolos también con toda la alquimia tóxica que acompaña al resentimiento: rabia, odio, ira, amargura, envidia, frustración y celos.
Sufrimos el “Síndrome de la Oveja”, pues, nuestras conversaciones se plagan de: “me engañaron”, “me ofendieron”, “me traicionaron”... “me”, “me” y “me”, tratando de dejar claro que somos víctimas y que afuera se encuentran el o los culpables de estar como estamos.
Hay que aclarar que no está mal desahogarse, lo dañino es quedarse en ese ayer. Son días, semanas, y hay quienes llegan a vivir años, con un resentimiento tan grande, sin darse cuenta que es como un ancla invisible que no les permite avanzar, y al igual que un barco encallado mirando siempre la misma isla, su vida termina oxidándose y hundiéndose en el mar de la amargura, cuando realmente fue diseñada para navegar por el vasto océano, conociendo innumerables litorales.
Si resulta paradójico repetir lo desagradable, ¿por qué lo hacemos? Algunos creen que mantenerse enojados les otorga cierta superioridad: “Jamás haría lo que esa persona me hizo”. Otros piensan que si vuelvan a hablarles, parecerán tontos, pues ¿quién habla con alguien que te hizo tanto daño? Finalmente, hay quienes tienen como premisa la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente” y traman la venganza, sin ver, en todos los casos, que se va tejiendo una cadena que mantiene conectados su mente y corazón, con la otra parte.
Y entonces, ¿podemos sanarnos del resentimiento? La respuesta es sí, la receta contiene: el perdón y la fe; donde el primero, actúa como el antibiótico que mata desde la raíz la infección, y el segundo, como hidratante que nos ayuda a recobrar las fuerzas, sabiendo que nos espera un nuevo mañana.
Ojo: Perdonar no es olvidar, sino la receta incluiría un garrote para golpearnos la cabeza hasta perder la memoria. Perdonar se logra cuando dejamos de ver el hecho ocurrido y contemplamos a la o las personas que nos hicieron daño, con su bagaje de vida, es decir, la infancia, padres, entorno y circunstancias desfavorables en que se desarrollaron que las lleva actuar de la manera como lo hacen.
Aunque parezca imposible, si se puede sanar la herida y hacer crecer de ella algo hermoso. Dejemos pues de repetir el peor plato y gritemos a nuestro interior: ¡eleven anclas, salimos a surcar nuevos mares!
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